quiero la senda blanca para mí;
aquella donde estrellas palpitantes,
me ascendían a un mundo en que viví.
Qué soledad tan grande y tan pausada
la del alma que todo lo ha perdido
y por más que solloza, no ha podido
libertarse de su prisión "dorada"!
Qué anhelo de tocar a las estrellas,
por seguir del amor sus vanas huellas,
a apartarme del mundo me llevó!
Nada fui, nada soy, pude haber sido
un horizonte abierto, Señor mío,
o una cima dorada por el sol.
Milka L. Curbelo