“¡Si debí caminar por el lodo para
qué me diste alma de cristal!”
Si muriera esta
noche, yo quiero
que castigues mi hora postrer;
yo merezco, ¡oh Padre! este hierro
que taladra por siempre mi ser.
Mas no olvides Señor de los Cielos,
que tu rostro secó una mujer.
¡Dios te salve María! dijeron
¡Dios te salve! También respondí;
no merezco Señor este ruego,
que los otros dijeron por mí.
Tú blanqueaste de luna el sendero
y por otros caminos huí.
Mi oración es distinta. No quiero
que otros labios imploren por mí,
que desoigas mis quejas espero,
que contigo tendré que cumplir.
Y perdona ¡Oh Padre del Cielo!
que te lleve tan dentro de mí.
Yo no digo que apartes cadenas
ni las rejas que yo edifiqué.
No te digo que duelen apenas
los abrojos que al paso encontré;
No, Señor; tú me diste azucenas
y en espinas de amor las troqué.
Bajo el signo de luz de tu vera,
no cosecha quien planta mejor,
sino aquel que feliz persevera
y en su mínima gota de Sol,
va agregando un granito de arena,
y te entrega su obra mejor.
Ah! Señor; no sé cómo decirte,
ya no tengo palabras de amor…
Si de lodos o cielos me hiciste,
¿Por qué a mi alma llenaste de Sol?
En el barro un diamante pusiste;
¡Qué milagro forjaste, Señor!...
Milka L. Curbelo